La IA no destruye trabajos. Nosotros sí

10 de abril de 2025 IA

Hablar de Inteligencia Artificial en el trabajo se ha vuelto inevitable. Cada foro corporativo presume su panel de expertos, cada empresa exhibe su transformación digital, cada líder cita estadísticas sobre automatización como si fueran trofeos. Sin embargo, cuanto más cómodamente hablamos de tecnología, más incómoda se vuelve la pregunta que la mayoría evita: ¿qué parte del trabajo queremos preservar cuando la eficiencia ya no sea suficiente para justificar nuestra existencia profesional?

El informe Co-Working with AI expone una contradicción que no deberíamos pasar por alto. El 85% de las organizaciones asegura estar utilizando IA en sus operaciones. Sin embargo, menos del 18% tiene una visión clara de cómo cambiarán los roles humanos. No estamos diseñando el futuro del trabajo. Estamos dejando que la automatización lo reformule en silencio, mientras seguimos midiendo avances por cantidad de implementaciones y no por calidad de propósito.

La automatización no llega para quitar tareas incómodas. Llega para redefinir lo que significa aportar valor. Si la velocidad, la precisión y la capacidad de respuesta —las cualidades que solíamos aplaudir— ahora pueden ser replicadas mejor y más rápido por sistemas inteligentes, lo único que quedará como diferencial será nuestra capacidad de pensar de manera crítica, de cuestionar, de resistir la tentación de aceptar sin filtro todo lo que un algoritmo proponga como óptimo.

En medio de este paisaje de optimización constante, democratizar la inteligencia también tiene su costo. Hoy, cualquier empleado puede operar herramientas que antes eran exclusivas de especialistas. La accesibilidad ya no es el problema. El riesgo real es que si todos operan igual, piensan igual y resuelven igual, el talento humano deje de ser diferencial para convertirse en perfectamente reemplazable. La homogeneización silenciosa del pensamiento no será un efecto colateral menor. Será el inicio de la irrelevancia de aquellos que no puedan sostener una voz propia en medio de un coro automatizado.

Mientras celebramos la eficiencia, ignoramos otra consecuencia inevitable: la fatiga emocional que emerge cuando trabajar al lado de sistemas inteligentes se convierte en norma. El informe advierte sobre el desgaste cognitivo que implica evaluar información a velocidad de máquina, sostener decisiones frente a recomendaciones aparentemente infalibles y navegar entornos donde la presión por decidir rápido reemplaza la reflexión por intuición. No se trata solo de resistencia física o de habilidades técnicas. Se trata de preservar la capacidad humana de decidir con criterio en un entorno que premia la velocidad por encima del juicio.

Recursos Humanos, área que debería liderar la conversación sobre el futuro del trabajo, enfrenta su propio dilema existencial. Con el 93% de sus tareas clasificadas como repetitivas y el 65% de sus procesos ya susceptibles de automatización, resulta paradójico que se sigan impulsando programas de bienestar sin cuestionar el tipo de trabajo que estarán ofreciendo en los próximos años. No se trata de entrenar mejor. Se trata de entender que formar talento para estructuras que ya están obsoletas es como preparar marineros para un barco que ha dejado de ser relevante.

Negarlo puede parecer cómodo. Ignorarlo, simplemente letal.

La ética no será un accesorio en este escenario. No será un adorno de las declaraciones institucionales. Será la única infraestructura capaz de evitar que la eficiencia técnica derive en deshumanización. La IA no distingue entre sesgo y optimización. No discrimina entre decisiones justas o injustas. Amplifica lo que encuentra, sin preguntarse si debería hacerlo.

No bastará con tener slogans sobre diversidad, inclusión o propósito. Liderar en tiempos de IA exigirá construir sistemas donde las decisiones humanas sigan siendo humanas, aunque la tentación de delegarlas a algoritmos sea cada vez más fuerte.

El futuro del trabajo no será humano por decreto. Será humano si somos capaces de diseñarlo así.

La Inteligencia Artificial puede hacernos trabajar más rápido, producir más barato, anticipar nuestras necesidades con una precisión que ni siquiera imaginamos. Pero no puede decidir qué merece ser hecho, ni qué vale la pena sostener cuando el costo, el tiempo y la escalabilidad dejen de ser las únicas métricas relevantes.

Esa seguirá siendo nuestra tarea. Y el tiempo para asumirla no es mañana. Es ahora.

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